lunes, 6 de junio de 2016

"La Pesadilla"


    El demonio del mal es uno de los instintos primeros del corazón humano. Edgar Allan Poe




    La tentación de escapar. El pecado de adorarme. Subo las escaleras de las tinieblas, sonámbula, inconsciente, con una embriaguez letárgica que me hunde en siete cabezas que me arropan. La cama es fría, inerte, y me sumerjo en el “sinsueño” de mis delirios. Su voz se acerca, la piel se me eriza, es él, el innombrable. La serpiente antigua, la luz eterna que algún día brilló. Me persigue y se disfraza, atenuando su culpabilidad injustificada. Quiero despertar, pero me hallo con los ojos abiertos. ¿Cómo despertar del sueño en el que estoy despierta? Su voz se acerca burlona, y, debajo de mi cama, se coloca. El cuarto está oscuro, y cual ciega, sólo puedo oír unas palabras que no entiendo, descontextualizadas. Entre lágrimas, le ordeno que se marche. Lo resisto, lo evito, lo maldigo entre dientes. Otra voz, ahora femenina, se mezcla con la suya. Pero sigue siendo él. Capaz de entonar mil voces, capaz de agitarme el corazón. Quiero despertar. Sigo despierta en el sueño infernal. Las paredes arden, mi corazón arde, mis palabras tambalean en la duda.
    Despierto. Mi cabeza oscila entre las dimensiones del abismo y mi descanso parece no llegar, mi pesadilla no tener fin. Me levanto y ya no le veo. El temor de despertar en ese sueño me deja apenas con las fuerzas para entender que, después de todo, mi peor enemiga soy yo. Mi mente. Mi imaginación.
    No existe nada que no se pueda curar con un atisbo de inconsciencia.  


    La Pesadilla, Henry Füssli


    La Pesadilla, de Füssli, es quizá el cuadro que más representa mis pesadillas. A la mujer la acecha el demonio, y el descaro de entrometerse en su cama, en su intimidad, es hasta cínico. 

    Danna Merchán

lunes, 28 de marzo de 2016

Automalevolencia entrópica

26 de marzo




Vivo entre piedras,
su forma se me parece.
¿Yo soy una piedra,
un juguete en la tumba de un niño,
una medalla ennegrecida?
Soy más bien un espejo gastado,
una superficie que no refleja,
un rostro impar,
un día que termina.
Habitante de la Nada, Susana Thénon



Todo tiende al caos. Y yo también.

Me siento abatida por el run-run del viento, por el sinfín de palabras huecas. Había sido impertinente dejarme vencer por ellas, malnutrida, malolienta. Siento que lo que salió jamás volverá a entrar, a no ser que nazca de nuevo. La pureza, la decencia, la honra. Como el humo de un cigarro, que se escapa en contra de la gravedad, como el vapor del agua de mi cuerpo, como tu sudor. Sólo tú sabes qué escondo, todo lo que niego por dejar de ser. Sólo tú sabes a lo que renuncio por las dudas de un pasado que no llega, de un futuro que ya fue. El silencio, el estruendoso silencio. Me socorre para dejarme en evidencia delante de todos tus cráneos. Ese silencio que rompo para cuestionarme delante de una taza de té, si soy realmente la del reflejo del líquido. Esa imagen jamás la veré fuera de mí, esa eterna desconocida parece ser alguien de carne y hueso. Yo soy intangible, el espíritu que vuela en sueños atormentados, en pesadillas interminables. Soy miles de cabezas ahuyentadas por el perro de tu macabra mansión. Tú sabes quién soy, pero te callas. Me temes detrás del espejo, ni siquiera me miras. Insisto y me giras la mirada. Sólo tú eres capaz de encerrarme en ti, en tu carne y en tus huesos, para ahorcarme y llevarme a la tumba.  
Soy ambivalencia cíclica, arco-iris acreciente, témpano errante entre mi mente y mi alma.
Me hablo, pero no me escucho.





BALTHASAR KLOSSOWSKI DE LA ROLA


Danna Merchán

viernes, 26 de febrero de 2016

Electromagnetismo




"Resuena mi bárbaro gañido sobre los techos del mundo" W. Whitman


Podría definir de mil maneras un estado de ánimo. Podría incluso pintarlo, grabarlo, cantarlo. Todas las fuerzas mayores se enlazan con una realidad poco aparente: la mía.
Con la masa de un sentimiento, midiéndola sobre partículas inimiganibles y posiblemente inexistentes, pesaría la distancia que me separó de aquel momento.
No intento desmontar mis átomos en relaciones gravitacionales o en punzantes vibraciones, pero el eterno vaivén de la intensa tristeza se descompone.
¿Cuánto pesa la masa de una sonrisa? ¿Y de una mirada?
La suya era infinita: me acercaba al desolado Edén, del que me desprendí la primera vez. Me encarcelaba en unos ojos marrones intensos y una cuadriculada retina, oblicua en su hondura, pero tenue en su superficie. Como desterrada, jamás volveré al momento, a la dimensión cuarta basada en el espacio y el tiempo, de su mirada. Se perdió. Y junto a ella la esperanza de revivir la canción alegre, la melodía inestable. Los átomos permanecen. Antes eran simplemente partículas que vagaban, como la fuerza atómica débil. Ahora, como rombos sin rumbo ni sentido, planean mi destrucción. El fin de esta tragicomedia que se alterna con melodramas nocturnos. Él es eterno en la infinitud del sentimiento. Yo soy sucumbida por mi cuerpo y limitada por la distancia de las cuatro paredes del corazón impío. Sollozo y quizá no me escuche jamás.
Ando buscando la antipartícula que cree la energía pura. Que cree la melodía infinita y eterna que logre agrupar mis silencios, que consiga enmudecer mi ira: aquella masa cuantificada y justamente contraria a la mía.

Alegría o llanto, sólo es cuestión de la forma de una cuerda.




"Fractal Fr0st" S.A

Danna Merchán

martes, 19 de enero de 2016

Benzodiazepina


De cualquier modo fallo. Algo me derrumba los sesos, y el péndulo de Foucault se estabiliza. 
Siento la hipertrofia muscular del corazón y la palpitación se acelera. He sentido la inmensidad del cosmos en el vientre del silencio; mantengo la compostura porque nada me socorre. Anochece en las paredes que me aguardan, que me esperan. Desnudo cualquier célula viva, y se quejan. El sonido de la aurora decrece, y el pizzicato  que desplomo con mis uñas despierta mi memoria. Sedienta, hambrienta. Cualquier excusa de libertad es necesaria para escapar. Los fantasmas de la ansiedad se reaniman y empieza la ópera moribunda: retumba en mi cabeza Der Höller Rache y parece 


"¡La venganza del infierno hierve en mi corazón!
¡La muerte y la desesperación arden alrededor de mí!
Si Sarastro no siente a través de ti
el dolor de la muerte,
entonces ya no serás mi hija jamás.
Repudiada seas para siempre,
abandonada seas para siempre.
¡Que se destruyan para siempre
todos tus vínculos con la naturaleza
si Sarastro no palidecerà por tu mano!
¡Oíd, dioses de la venganza!
¡Oíd el juramento de una madre!"


La muerte no se acuerda nunca de mí. 
Parezco invencible, pero no puedo evitar sentir la desolación de las estrellas en el rincón de las nubes. Me envuelven los enemigos del viento, del llanto. Mi cuento es interminable, pero repetitivo. No puedo callar las voces de ultratumba, la incertidumbre, las manos negras que me abrazan: sólo ellas me detienen. Mi tendencia al abismo es un remedio contra mí misma. Contra mis manos secas, mis piernas mudas, mi cabeza fría. La muerte nunca se acuerda de mí, pero me acecha constantemente, soy su rival. Busca el Jaque perfecto, para, descuidada, bloquearme el Rey. 
Me envenenan las risas ajenas, al tiempo que la lluvia gris  me empapa el pelo enredado. No concuerdo ni en ideas, ni en lamentos, y el espacio es sólo un parámetro más para descontrolarme y no entender las razones del Sinvivir constante.
Jamás he sabido hablar sin romper el silencio. Jamás he sabido callar sin dejar atrás los cráneos muertos.

Danna Merchán