viernes, 26 de febrero de 2016

Electromagnetismo




"Resuena mi bárbaro gañido sobre los techos del mundo" W. Whitman


Podría definir de mil maneras un estado de ánimo. Podría incluso pintarlo, grabarlo, cantarlo. Todas las fuerzas mayores se enlazan con una realidad poco aparente: la mía.
Con la masa de un sentimiento, midiéndola sobre partículas inimiganibles y posiblemente inexistentes, pesaría la distancia que me separó de aquel momento.
No intento desmontar mis átomos en relaciones gravitacionales o en punzantes vibraciones, pero el eterno vaivén de la intensa tristeza se descompone.
¿Cuánto pesa la masa de una sonrisa? ¿Y de una mirada?
La suya era infinita: me acercaba al desolado Edén, del que me desprendí la primera vez. Me encarcelaba en unos ojos marrones intensos y una cuadriculada retina, oblicua en su hondura, pero tenue en su superficie. Como desterrada, jamás volveré al momento, a la dimensión cuarta basada en el espacio y el tiempo, de su mirada. Se perdió. Y junto a ella la esperanza de revivir la canción alegre, la melodía inestable. Los átomos permanecen. Antes eran simplemente partículas que vagaban, como la fuerza atómica débil. Ahora, como rombos sin rumbo ni sentido, planean mi destrucción. El fin de esta tragicomedia que se alterna con melodramas nocturnos. Él es eterno en la infinitud del sentimiento. Yo soy sucumbida por mi cuerpo y limitada por la distancia de las cuatro paredes del corazón impío. Sollozo y quizá no me escuche jamás.
Ando buscando la antipartícula que cree la energía pura. Que cree la melodía infinita y eterna que logre agrupar mis silencios, que consiga enmudecer mi ira: aquella masa cuantificada y justamente contraria a la mía.

Alegría o llanto, sólo es cuestión de la forma de una cuerda.




"Fractal Fr0st" S.A

Danna Merchán