"Resuena mi bárbaro gañido sobre los techos del mundo" W. Whitman
Podría definir de mil maneras un
estado de ánimo. Podría incluso pintarlo, grabarlo, cantarlo. Todas
las fuerzas mayores se enlazan con una realidad poco aparente: la
mía.
Con la masa de un sentimiento,
midiéndola sobre partículas inimiganibles y posiblemente
inexistentes, pesaría la distancia que me separó de aquel momento.
No intento desmontar mis átomos en
relaciones gravitacionales o en punzantes vibraciones, pero el eterno
vaivén de la intensa tristeza se descompone.
¿Cuánto pesa la masa de una sonrisa?
¿Y de una mirada?
La suya era infinita: me acercaba al
desolado Edén, del que me desprendí la primera vez. Me encarcelaba
en unos ojos marrones intensos y una cuadriculada retina, oblicua en
su hondura, pero tenue en su superficie. Como desterrada, jamás
volveré al momento, a la dimensión cuarta basada en el espacio y el
tiempo, de su mirada. Se perdió. Y junto a ella la esperanza de
revivir la canción alegre, la melodía inestable. Los átomos
permanecen. Antes eran simplemente partículas que vagaban, como la
fuerza atómica débil. Ahora, como rombos sin rumbo ni sentido,
planean mi destrucción. El fin de esta tragicomedia que se alterna
con melodramas nocturnos. Él es eterno en la infinitud del
sentimiento. Yo soy sucumbida por mi cuerpo y limitada por la
distancia de las cuatro paredes del corazón impío. Sollozo y quizá
no me escuche jamás.
Ando buscando la antipartícula que
cree la energía pura. Que cree la melodía infinita y eterna que
logre agrupar mis silencios, que consiga enmudecer mi ira: aquella
masa cuantificada y justamente contraria a la mía.
Alegría o llanto, sólo es cuestión
de la forma de una cuerda.
"Fractal Fr0st" S.A |
Danna Merchán