El
demonio del mal es uno de los instintos primeros del corazón
humano. Edgar Allan Poe
La tentación de escapar. El pecado de
adorarme. Subo las escaleras de las tinieblas, sonámbula,
inconsciente, con una embriaguez letárgica que me hunde en siete
cabezas que me arropan. La cama es fría, inerte, y me sumerjo en el
“sinsueño” de mis delirios. Su voz se acerca, la piel se me
eriza, es él, el innombrable. La serpiente antigua, la luz eterna
que algún día brilló. Me persigue y se disfraza, atenuando su
culpabilidad injustificada. Quiero despertar, pero me hallo con los
ojos abiertos. ¿Cómo despertar del sueño en el que estoy
despierta? Su voz se acerca burlona, y, debajo de mi cama, se coloca.
El cuarto está oscuro, y cual ciega, sólo puedo oír unas palabras
que no entiendo, descontextualizadas. Entre lágrimas, le ordeno que
se marche. Lo resisto, lo evito, lo maldigo entre dientes. Otra voz,
ahora femenina, se mezcla con la suya. Pero sigue siendo él. Capaz
de entonar mil voces, capaz de agitarme el corazón. Quiero
despertar. Sigo despierta en el sueño infernal. Las paredes arden,
mi corazón arde, mis palabras tambalean en la duda.
Despierto. Mi cabeza oscila entre las dimensiones del abismo y mi
descanso parece no llegar, mi pesadilla no tener fin. Me levanto y ya
no le veo. El temor de despertar en ese sueño me deja apenas con las
fuerzas para entender que, después de todo, mi peor enemiga soy yo.
Mi mente. Mi imaginación.
No existe nada que no se pueda curar
con un atisbo de inconsciencia.
La Pesadilla, Henry Füssli |
La Pesadilla, de Füssli, es quizá el cuadro que más representa mis pesadillas. A la mujer la acecha el demonio, y el descaro de entrometerse en su cama, en su intimidad, es hasta cínico.
Danna Merchán