I
Se me enciende el alma
del corazón, a las nubes del cielo.
El crepúsculo queda cojo
y se queja en el zaherido viento;
en mi cama, plácido lecho
donde mora la agonía,
aprisiono, como gotas de perlas frías,
tu empozoñado recuerdo.
II
El aire se lleva el cauce
del río de tu piel,
condenada sombra
de jazmín y de clavel;
La risa de la amapola,
delirante, aplastante,
recorre mis sentidos,
hasta emitir un dulce chasquido.
III
Me amarro a sus pétalos,
melancolía de carmín,
y enciendo las velas
que alumbran el camino
llevándome a tu entierro.
Volarás en el silencio
donde yacen las olas
que mueren en mi cuerpo.
Y socorrer al moribundo tiempo
será mi vil destino.
IV
Me despido,
quizá sin un adiós,
como un ruiseñor
que vuela hacia su precipicio
para el fatal suicidio;
me desquito
de mis andamios para así
mi veneno,
venerarlo y resucitarlo.
Danna Merchán
Imagen: Suliman Almawash
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